Libros

Soñando con El Principito

«Me pregunto si las estrellas se iluminan con el fin de que algún día, cada uno pueda encontrar la suya» El Principito.

 
© Marta Orlowska
 

A menudo yo también me pregunto… por qué motivo, si a un gran número de personas nos gusta releer de vez en cuando El Principito. Si es el tercer libro más vendido en el planeta y ha sido traducido a más de 250 idiomas y dialectos. Si de este libro, que el pasado mes de Abril cumplió 70 años, se han vendido 140 millones de ejemplares. Si admiramos su magia y nos llega al corazón su espíritu. Si nos abre la mente de personas adultas a un mundo que solo se puede ver con el corazón de un niño. Si El Principito es tan admirado por tantas personas, yo me pregunto… por qué no hay tantas personas buenas.
 
Porque, seamos sinceros, si nos paramos a observar nuestro comportamiento diario, hay una lista de faltas interminables que, sumándolas, darían como resultado un déficit agudo de comprensión, generosidad y afecto que no dicen gran cosa de nosotros como seres humanos.
 
 
© Christina Hess
 
 
Si traslado ese concepto al mundo de las plantas y las flores en particular, o a la naturaleza en general, el concepto no cambia. A todo el mundo se nos llena la boca admirando la belleza de las plantas, el poder y sabiduría de la naturaleza, la  magia de los jardines, y un largo etcétera de elogios que a diario repartimos por la vida, creyéndonos por ello mejores personas. Pero, a continuación,  presumimos de quién sabe más de qué, quién tiene la flor más bonita u original, quién ha viajado al jardín más exótico o lejano. En definitiva, que nos servimos  de la naturaleza para reconfortar nuestro ego, apropiándonos de sus valores como si, por el mero hecho de que la naturaleza esté ahí, generosamente al alcance de todos, tuviéramos derecho de pernada para hacerla de nuestra propiedad.
 
La naturaleza está para disfrutarla. Si nos reconforta su presencia, es muy generoso compartir la experiencia. Y si nuestro gesto es capaz de transmitir esa sensación de confort a otras personas, la magia se inicia y la retroalimentación se pone en marcha. Entonces, sí que podemos hablar de naturaleza en estado puro.
 
 
 
Hoy se ha publicado un artículo en el que hablan de El Principito como una alegoría de la propia vida de Saint-Exupery, su autor. De sus incertidumbres y su búsqueda de paz interior. Pero también, como una clara alusión a la atormentada relación del autor con Consuelo, la salvadoreña que inspiró el personaje de la rosa de El Principito, y su esposa durante trece años.

 

 
Así es la vida. A veces muy difícil de gestionar, salvo que seamos capaces de verla con el corazón de un niño. 

 

 
«Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante» El Principito
 
 
 
 
 

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