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Aracataca existe y Macondo también



En una entrevista concedida para el diario El Mundo, comentaba (en referencia a su obra Cien años de soledad)  “… quise solo dejar una constancia poética del mundo de mi infancia, que como sabes transcurrió en una casa grande, muy triste, con una hermana que comía tierra y una abuela que adivinaba el porvenir, y numerosos parientes de nombres iguales que nunca hicieron mucha distinción entre la felicidad y la demencia”.  

En otra ocasión, Gabriel García Márquez llegó a confesar “No puedo imaginar una familia mejor para mi vocación de escritor que aquélla casa de lunáticos”.

Esa infancia en una casa grande y muy triste, llena de lunáticos está ubicada en Aracataca, un pueblo de la región colombiana de La Magdalena. Se comenta que hay poco del pasado del autor en Aracataca, salvo la casa donde nació, reconstruida hace ocho años, o el telégrafo donde trabajaba su padre y que conocimos gracias a su obra  El amor en los tiempos del cólera y que ahora es un polvoriento museo.




Aracataca se acabó convirtiendo en “Macondo” porque siendo niño le atraía el nombre que leía en el cartel de una finca bananera, cada vez que pasaba por delate de ella, tal y como se relata en sus memorias (Vivir para contarla) “El tren hizo una parada en una estación sin pueblo, y poco después pasó frente a la única finca bananera del camino, que tenía el nombre escrito en el portal: Macondo. Esta palabra me había llamado la atención desde los primeros viajes con mi abuelo, pero sólo de adulto descubrí que me gustaba su resonancia poética
En Aracataca  aprendió la primera letra y aquí nos quedaremos hoy un rato,  gracias a las fotos de aquellos que han visitado en algún momento ese lugar. Allí veremos la vivienda donde nació Gabo -hoy convertida en museo- y que fue un recuerdo vivo a lo largo de su vida. En ella soñaba de forma recurrente que estaba “sin edad y sin motivo especial, como si nunca hubiera salido de esa casa”. Con la ayuda de estas imágenes y un poco de realismo mágico, aprovecharemos para pasar delante de su casa y saludarle.


Via El Pais | Ricardo Mazalan

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