No
están sacados del escenario de un belén navideño, es el campo, sin más. Son
montones de heno, almiares, paja. Así titula Claude Monet a algunos de los cuadros incluidos en la conocida
serie de pinturas impresionistas, en las que su tema principal son las pilas de heno que quedan en el campo
después de la cosecha, dispuestas de
diferentes maneras según la costumbre de cada lugar.
Pero
en realidad lo que persigue no es tanto la forma de cada uno de esos almiares
sino la luz, esa luz que transforma todo;
que se percibe de diferente manera a medida que transcurre el día, desde la primera luz del alba hasta la última luz del atardecer; en las estaciones del año y con el clima característico de cada región. Esa luz que cubre de un color
diferente a los almiares y envuelve
a cada uno de ellos de un halo personal.
En
aquella época las máquinas de trillar no eran propiedad del agricultor, sino
que se trasladaban las trilladoras haciendo un circuito a lo largo de los diferentes
campos de cultivo durante el otoño y el invierno. Eran inmensas pilas de heno, aunque en las pinturas de Monet no se aprecia del todo la altura que podían alcanzar y que, en ocasiones, superaban los cuatro metros y medio de altura.
“Para mí el paisaje apenas existe como tal paisaje -ya que su aparición está en constante cambio- sino que vive en virtud de su entorno, el aire y la luz”. Y
ahí está el otro elemento presente en esta serie, el tiempo, que acaba redondeando esos perfectos almiares puntiagudos.
Monet
comenzó la serie, compuesta por alrededor
de 30 pinturas, a finales del verano de 1890. La completó utilizando de modelo las cosechas cerca de su casa de Giverny, en la región francesa de la Alta
Normandía, que se llegó a conocer como el “granero de Europa” debido a
la fertilidad del suelo, con llamativos escenarios
de recuperación tras un invierno estéril; la fecundidad en la primavera y las cosechas de otoño. Un ciclo de la vida
que, sin duda, también inspiró a Monet
en esta serie.
Son
obras que ahora se exhiben en galerías, museos y colecciones privadas de todo
el mundo y que permiten disfrutar del campo y
su luz como si estuviera esparcido por cada rincón. Pero
no fue el único, ya que muchos pintores impresionistas y postimpresionistas siguieron
su estela y persiguieron almiares, para reproducir la luz reflejada sobre éstos
en sus cuadros. Y así, entre montones de
heno, en diferentes lugares y a través de diferentes artistas, podemos
visitar diversos paisajes y todos con un denominador común, el trabajo en el campo; y una finalidad,
trasladarnos a ese lugar en ese mismo instante a través de su luz.
Monet
llegó a afirmar “Quiero lo inalcanzable.
Otros artistas pintan un puente, una casa, un barco, y eso es el fin. Están
acabados. Yo quiero pintar el aire que rodea el puente, la casa, el barco, la
belleza del aire en el que estos objetos están inmersos, y eso es prácticamente
imposible”.
El
cree que es imposible pintar el aire que rodea a los objetos de sus obras, pero
yo considero que los cuadros que componen esta serie hasta permiten al espectador oler el campo. No son solo almiares, es el campo, su luz, su esplendor y su
decadencia. Es la vida recogida en un
montón de heno.
Hoy os dejo en muy buena compañía, la de Monet con su capacidad de registrar y visualizar sus percepciones. La de los almiares y el aire que les rodea.
Imagenes via Wikimedia.org y WikiPainting.org
TAL VEZ TE INTERESE: