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La humildad de garabato de las plantas

El otro día publiqué en facebook la foto de un modesto Erodium chamaedryoides cuyas flores asomaban de manera humilde en un rincón del jardín, esos rincones que nos gusta descubrir cuando disfrutamos de él. Con la foto,  incluí una de las definiciones que recoge la Real Academia Española de la lengua sobre la palabra “humildad” y que dice: «virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento”.

El erodium en cuestión está estupendo, pero enfadado. Yo no hablo con las plantas, que conste (con los perros sí, lo confieso…), pero a juzgar por su “actitud”, parece que me quiera decir algo así como: ¿humilde yo?, estas muy equivocada, a mí, como a todas las plantas y a todos los humanos, me gusta vivir,  derrochar, desparramar; si me contengo es por sentido común,  que no por humildad.

Todo eso me ha parecido oírle decir. Y sí, no nos engañemos,  la humildad en el fondo no es una virtud, sino una condición. Lo que constituye una virtud es la resignación que lleva implícita la humildad. Esa que permite seguir sonriendo a pesar de que todo se pone en contra. La que ayuda a ser feliz, a pesar de las limitaciones que la vida impone. La resignación que permite ver sin desánimo cómo otros viven en la opulencia y, además, la exhiben, alardean y vociferan sin pudor.  Esa resignación callada, que deja la ira aparcada y, discretamente, proclama: soy sencillo. Y eso, en realidad, no es ser humilde, sino sensato. 

Es posible que la humildad sea un valor fingido por aquellos afortunados que ven, de este modo, la manera de calmar su propia conciencia: «la humildad de los hipócritas es el más altanero de todos los orgullos» (Martín Lutero).

Lógicamente, quienes se presentan con humildad suelen despertar afecto e, incluso, empatía. Tal vez por ese motivo se ha llegado a considerar una virtud a la humildad, incluso esa de la que presumen quienes carecen de ella: “humildad de garabato:  f. coloq. humildad falsa y afectada” (RAE). Pues eso, tal vez las plantas que creemos humildes, lo que exhiben es una humildad de garabato porque, en el fondo, ellas saben que son hermosas, admiradas y valoradas. Esa humildad de garabato de la que en ocasiones hacen gala las plantas a través de sus flores me encanta, es como una travesura, un juego. En las personas no tanto, porque suele nacer de la soberbia.


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