Hay cosas que no se puede comprar, porque nadie las puede vender. Ese es nuestro privilegio, tener la capacidad de emocionarnos con cosas aparentemente simples, sin necesidad de utilizar la tarjeta de crédito.
Todas las plantas son un regalo para la vista, y no es necesario poseerlas para disfrutarlas, tan solo hay que abrir los ojos cuando las tenemos al alcance de la vista y ellas se encargaran de despertar en nosotros algún tipo de emoción. La alegría suele estar asociada a sus flores y, desde luego, algunas resultan especialmente llamativas.
El género Mandevilla fue nombrado por Henry Mandeville (1773-1861), diplomático británico y jardinero; y descrito por primera vez en 1840. Pertenece a la misma familia que las adelfas (Nerium oleander), Apocynaceae. Son nativas del suroeste de los Estados Unidos, México, América Central, las Antillas y América del Sur.
Bellas flores, en ocasiones fragantes, si el clima es cálido. Los colores son muy diversos, dependiendo de las especies y cultivares y van desde el blanco y rosa pálido, al amarillo, rosa intenso y rojo.
Se comercializan numerosos híbridos, derivados principalmente de especies como la Mandevilla boliviensis, Mandevilla scabra, Mandevilla splendens, Mandevilla suaveolens, Mandevilla laxa y Mandevilla sanderi. Solemos referirnos a ella como dipladenia, pero ese nombre no es aceptado y se utiliza simplemente como sinónimo.
Precioso el efecto que se obtiene cuando se las dirige. Escalan y se enredan formando un tapiz que, en el caso de las flores de color rojo, resulta francamente espectacular. Florece con generosidad, desde final de la primavera hasta el otoño y soporta temperaturas mínimas entre 4ºC y-1ºC. Una buena opción es cultivarlas en maceta y, de este modo, podremos ponerlas a resguardo en el invierno si la zona así lo requiere.
Y vuelta al rojo sobre verde, que da mucho juego y, sobre todo, da mucha vida al jardín. Este agosto se lleva el rojo.
Adelfa blanca. «La flor del mal» y del Mediterráneo
