Al finalizar el verano, en ocasiones nos resistimos a recibir la nueva estación. Incluso el cambio climático parece que nos consiente ese capricho y en los últimos años alarga su regreso. Cuando por fin llega, nos vuelve a sorprender con la belleza de sus colores y es entonces cuando  recibimos al otoño con los brazos abiertos y recordamos que es una estación llena de riqueza.

Hace quince días, en la visita al Real Jardín Botánico disfruté del comienzo del otoño que tanto encanto da a Madrid. Un otoño que, aunque roba las rosas al rosal trepador (Rosa banksiae) con forma de puente o  deja sin flores al jazmín (Jasminum mesnyi), a cambio, tiñe de colores árboles y arbustos, mientras posa sus hojas sobre los setos y el suelo.

Este otoño templado se ha tomado su tiempo para regalarnos esas hojas.  A nosotros y a pequeños mamíferos, anfibios e insectos, a los que sirve de refugio. Hojas (de ejemplares sanos, se entiende) que sin ser nutritivas,  ayudan al crecimiento de las plantas, puesto que mejoran las condiciones del suelo, aumentan la actividad de gusanos bajo la superficie y ayudan a la vida silvestre.

Es un período muy activo, como los cambios en la vida, y especialmente coqueto, como la primavera,  que se viste de flores cuando el otoño se cubre de hojas, bueno, y a veces de alguna que otra rosa como la Rosa Perle d’Or.

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