En ese proceso de adaptación, salen balcones muy vistosos y, entre balcón y balcón, asoman también los carteles de esos pequeños templos del aperitivo, las tabernas, que nos ofrecen cañas de cerveza tiradas con un arte envidiable y vermut de barril tan delicioso como peligroso para el sentido común.
Esos lugares en los que, nada más atravesar la puerta, oyes cómo el camarero te grita ¡al fondo hay sitio!, aunque casi nunca es verdad, todo hay que decirlo. Entonces empieza ese ritual, en el que la caña o el vermut se hacen más deseables aún ¿habrá forma de 'alojarse' en esa minúscula tasca?. Pues si, nunca hay sitio, pero siempre hay un lugar donde uno se acopla de alguna manera para poder tomar el aperitivo. Y, si no, siempre está la posibilidad de tomarlo fuera, en la calle, frente a esos balcones floridos.
Esto es un pedacito de Madrid, una mañana cualquiera a la hora del apertivio. Un rincón de los muchos que llenan esta maravillosa ciudad, cosmopolita y hospitalaria. Llena de polución y ruído, sí, pero también de rincones mágicos, vida e historias de muchas personas que llegan con una maleta llena de sueños.