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Cuando los catálogos de semillas vendían sueños y jardines

Hablamos de finales del siglo XIX y parece que no ha pasado tanto tiempo. Me explico. Se siguen “vendiendo motos”, se sigue manipulando. Claro que, si se hace con arte, parece que el engaño duele menos…
 
Soy una apasionada de la publicidad gráfica, lo reconozco. Es una de los formatos publicitarios que más admiro y donde la historia nos regala auténticas obras de arte. Pero, que su estética resulte atractiva no significa que en su momento fuera menos manipuladora de lo que hoy en día es la publicidad.
La Publicidad no se encarga de vender productos, de eso se encarga el Marketing. La Publicidad se ocupa de la comunicación. Crea ideas a partir de los conceptos que el Marketing ha definido en función del objetivo de una campaña.
Es arte, magia y, sobre todo, ilusión. Es creadora de sueños y deseos. Sueños que sabemos que son tal, pero que a veces quisiéramos que pasaran a hacerse realidad. Y ha sido así siempre. Por eso, los catálogos de semillas que se diseñaron en el siglo XIX, tan apreciados hoy en día, especialmente desde el punto de vista estético, no son ajenos a esa ilusión. 
 

 

Las portadas de aquellos catálogos de semillas no venden semillas, no. Tampoco venden plantas. Lo que venden son sueños, jardines casi idílicos donde, en ocasiones, se muestran combinaciones de flores que se dan en primavera junto a las de verano y a las de otoño… y eso ¿cómo se consigue? ¿magia? ¿la máquina del tiempo? ¿cambio climático…? No, esos jardines solo los puede crear la imaginación y de eso la Publicidad sabe latín. Nada es lo que parece, o tal vez sí. 

Pero, como comentaba al principio, supongo que ese engaño, algo ingenuo, se perdona y no duele tanto cuando se hace con encanto. Lo importante es que, una vez seducidos por el arte de la publicidad, seamos capaces de valorar lo que realmente necesitamos adquirir.
 

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