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El almez que escala por el patio circular que da acceso al Jardín Botánico de Valencia

Almez (Celtis australis) en el patio circular del edificio de investigación del Jardín Botánico de Valencia


El Jardín Botánico de Valencia es un sorprendente oasis que sobrevive en el centro de esa ciudad y, aunque posiblemente muchos visitantes no lo hayan advertido, la primera sorpresa se encuentra en la entrada o vestíbulo del Jardín, presidida por un almez de más de 80 años que se alza en el patio circular de la planta central del edificio de investigación construido en torno a él.

Junto a las excepcionales construcciones del siglo XIX, en las que los elementos predominantes son el hierro y el ladrillo, el toque de modernidad lo da el edificio de investigación que se alza en la entrada del varias veces centenario Jardín Botánico de Valencia, un jardín especialmente mimado por su propietaria, la Universidad de Valencia, y un tanto olvidado por el Ayuntamiento de esa ciudad, y que tiene su acceso a través del atrio circular del edificio de investigación, por el que escala buscando la luz un veterano almez (Celtis australis) de más de 80 años y 2,40 metros de perímetro que ya existía en el lugar.


Diseñado por los arquitectos Carlos Bento y Luis Gay en 1987 e inaugurado en el año 2000, el edificio de investigación, la última ampliación que se ha realizado en el Jardín, se proyectó para dar respuesta a las necesidades de investigación, divulgación y educación, pero también para potenciar la proyección social y cultural del Jardín Botánico. Hoy en día, las plantas superiores de ese edificio, además del departamento de administración y el gabinete de cultura y comunicación, contienen las instalaciones necesarias para llevar a cabo una investigación puntera en el área de la biología molecular, anatomía e histología, biosistemática, fitosociología, geobotánica y bioclimatología. Claro que, el espacio más valorado es el que alberga un histórico herbario con 300.000 pliegos centenarios de claves para la investigación de las especies vegetales del Mediterráneo occidental.

El edificio, de forma circular, se construyó alrededor del almez que crecía en esa zona del jardín, que se respetó y quedó en el centro, donde ahora crece algo inclinado en busca de la luz. Una clara alusión a la vida campesina y a los usos sostenibles de las plantas, porque el almez (llidoner en valenciano) es un árbol querido por los valencianos, que solían plantarlo junto a las alquerías para que su sombra diera cobijo a los trabajadores y la madera se pudiera utilizar (parece ser que aún se hace) para la fabricación de las herramientas de labranza. Pero, sobre todo, un ejemplo de respeto medioambiental que el Jardín Botánico de Valencia debería explotar más, porque muchas de las personas que acceden al Jardín no lo descubren, posiblemente porque la mirada siempre se escapa hacia el parterre circular que rodean su pie, o a la fascinante vista del paseo central que se despliega al cruzar el patio, con esa frondosa vegetación que invita a entrar en el jardín con urgencia.

Almez (Celtis australis)

Las diferentes especies del género Celtis son conocidas con el nombre de almeces, y entre ellas se encuentra Celtis australis (almez, latonero o gayatonero, entre otros nombres comunes), un árbol caducifolio de crecimiento rápido y longevo, que puede llegar a alcanzar 30 metros de altura.

La especie se extiende por toda la región mediterránea, donde vive en las riberas de los ríos, siendo frecuente encontrarlo creciendo en solitario en barrancos pedregosos y con grandes bloques. Es un árbol que tolera una gran variedad de situaciones, como suelos húmedos, secos y de baja calidad, entre otras; no es exigente en cuanto al pH del suelo, aunque, si tuviera que elegir, preferiría los que son un poco ácidos; y es tolerante a la sequía.

Su copa es densa, amplia y globosa. De corteza fina, grisácea y lisa, produce ramas con tres horcaduras de forma natural y, como el olivo, el almez puede renacer de un tocón de varios siglos con retoños vigorosos.

Sus hojas, parecidas a las de la ortiga, son simples, alternas, pecioladas, de color verde oscuro en el haz; y más claro, ligeramente glauco y pubescente en el envés.

El almez carece de flores o frutos vistosos y de cualquier otra característica destacable desde el punto de vista ornamental. Sin embargo, no le faltan buenos usos a este árbol que en la antigüedad se plantó para dar sombra a las casas de labranza. Sus frutos (almezas) –drupas violáceas del tamaño de un guisante y con poca carne– atraen a los pájaros y son también comestibles para los humanos cuando están maduros, incluso se usan para elaborar vino dulce con ellos. También es valiosa la madera, que tiene gran dureza y flexibilidad y es usada en la fabricación de piezas de carros, bastones, mangos y horcas; y sus hojas, que se usan para alimento de los gusanos de seda.

Además, no hay que olvidar que esta especie posee una larga historia en el paisajismo, ya que ha sido ampliamente utilizada en parques y entornos urbanos en Europa durante el siglo XX, debido principalmente a su tolerancia a la contaminación ambiental, pero también a la sombra que da su copa, medianamente frondosa, en primavera y verano.


Ya sabes, cuando visites el Jardín Botánico de Valencia, no olvides que, en la entrada o vestíbulo escala por el atrio central un veterano almez que crece inclinado buscando la luz.

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