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El paraíso a pinceladas, un recorrido por 30 jardines pintados

El Paraíso a pinceladas Eduardo Barba
Portada del libro El paraíso a pinceladas. Jardines en las obras de arte de Eduardo Barba

Quienes conocen a Eduardo Barba y han leído sus anteriores obras posiblemente ya tengan en sus manos su nuevo libro, El paraíso a pinceladas. Al fin y al cabo, es un autor que crea adicción y en esta ocasión nos ha regalado, siempre desde su mirada jardinera, un recorrido por una treintena de jardines pintados a lo largo de la historia, desde el antiguo Egipto hasta nuestros días.

Eduardo Barba es investigador botánico en obras de arte, paisajista y profesor de jardinería, una pasión compartida que le ha llevado a catalogar todas las piezas expuestas del Museo del Prado que muestran algún detalle botánico, identificando sus especies.


Ver también: El Jardín del Prado. El paseo botánico de Eduardo Barba por las obras de los grandes maestros


La razón que le llevó a escribir El paraíso a pinceladas estaba motivada por su interés en mostrar bellas obras de arte, más o menos conocidas, en las que hubiera jardines que le permitieran escudriñar detalles relacionados con los elementos vegetales y la jardinería, para después detenerse en algunos de ellos, situándolos en el contexto histórico y estilo de cada jardín.

El resultado es un libro bellísimamente diseñado e ilustrado, en el que las obras pictóricas parecen cobrar vida, con narraciones que nos sumergen en las plantas de aquellos jardines que se representan, sin importar cuántos siglos nos separen de ellos o lo realistas que puedan llegar a ser. Una delicia.

30 jardines a pinceladas


Ese recorrido por una treintena de obras de arte abarca diferentes estilos pictóricos y modelos de jardín, pero no sigue ningún orden cronológico, ni tampoco se ordenan por estilos. A modo de capítulo, al título de cada pintura le precede otro asignado por el autor, que define la esencia de esa obra desde el punto de vista de un jardinero. Un guiño que orienta al lector en la posterior narración.

La selección de obras que aparecen en el libro permite transitar por la historia del jardín pincelada a pincelada, poniendo en valor las plantas que participan en los diferentes estilos de jardín a lo largo de la historia, algo que Eduardo Barba confiesa echar en falta en los estudios sobre esa materia, y lo cierto es que tiene razón.

Paraíso a pinceladas jardines pintados
La Buhardilla I, 1848-1850. Carl Spitzweg

Con el título “Un jardín en la ventana”, el cuadro La Buhardilla I (1848-1850) del pintor alemán Carl Spitzweg es la obra con la que comienza su recorrido en el libro, porque “regar es uno de lo momentos más bellos que un jardinero puede pasar en el jardín”. No puedo estar más de acuerdo con él. Al fin y al cabo, el riego también es una forma de comunicarnos con las plantas que cultivamos y comprobar que todo marcha bien.

Ese balcón en el que el jardinero riega con esmero sus plantas se convierte en un jardín cuando leemos que allí crece un rosal, una hiedra, un amor de hombre y, por encima de todas esas plantas, lo que podría ser un tulipancillo o un malvavisco, y una planta alta que se asemeja a un abutilon. Un pequeño vergel ampliamente descrito en el libro con detalles jardineros y curiosidades sobre las especies vegetales identificadas.

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Fresco de la Casa del Brazalete de Oro, Pompeya (30-35 dC)

Imposible no fascinarse con “La Roma más florida”, que nos lleva a la obra hallada en la Casa del Brazalete de Oro, Pompeya (30-35 dC), un fresco con el que se pretendía acercar el verdor a aquellas estancias que no tenían acceso directo al jardín.  

Ese exuberante jardín le ha servido para hablarnos de plátanos de sombra, madroños y palmeras datileras; de adormideras, margaritas y rosas; de oleandros y durillos. Y todo ello sin escatimar en detalles botánicos y etnobotánicos, y desvelando alguna que otra curiosidad.

No podía faltar en su selección “Un hortus conclusus repleto de flores” que nos lleva a El pequeño jardín del paraíso (hacia 1410-1420), obra de un pintor anónimo a quien se conoce, entre otros nombres, como Maestro del Alto Rin.

El pequeño jardín del paraíso (hacia 1410-1420). Maestro del Alto Rin

Pintado sobre una tabla de roble, el cuadro permite entrar en un jardín cerrado (hortus conclusus): “Acceder a un jardín cerrado siempre tiene algo mágico. Como un primer beso, la emoción recorre hasta el último poro de la piel. Entrar en compañía de quien lo ha recreado puede potenciar las sensaciones sobremanera”.

Nosotros, en realidad, entramos en ese jardín cerrado de la mano de Eduardo Barba, quien nos confirma que en ese exuberante jardín crecen hasta una treintena de especies vegetales y nos dedica su tiempo hablando de un buen número de ellas.

Vista de la casa y el jardín del artista en Mills Plains, Tierra de Van Diemen (1835). John Glover

También me ha encantado encontrar la obra del pintor británico John Glover, Vista de la casa y el jardín del artista en Mills Plains, Tierra de Van Diemen (1835), una pintura donde representa su propia casa y jardín en Tasmania.

Con el título “Lo silvestre domesticado”, este cuadro le ha servido a Eduardo Barba para explayarse sobre la forma en que las plantas pueden convivir con éxito juntas en un mismo espacio del jardín, una simbiosis que se acaba transformando en paisajes similares a los que nos ofrece la naturaleza.

Compás del Convento de Santa Paula (1920-1925). Manuel García Rodríguez | © Museo Carmen Thyssen Málaga

De patios y macetas habla largo y tendido a través de la obra de Manuel García Rodríguez Compás del Convento de Santa Paula (1920-1925), que le sirve para describirnos geranios, claveles, jazmines y otras hierbas, y hasta una platanera y una palmera, porque «El paraíso cabe en un patio».

Era inevitable toparse con la Alhambra en este viaje por la historia del jardín para hacer una parada en los jardines del Generalife, porque «La tierra del jardín está viva«, dice Eduardo, y «guarda el recuerdo de miles de pisadas que ha soportado, el movimiento de las raíces que lo horadan y a las que da cobijo».

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El jardín del Generalife, Granada, 1885. Ludwing Hans Fischer

Cipreses, celestinas, malvas reales, adelfas y pitas son especies vegetales identificadas en el cuadro El jardín del Generalife, Granada que Ludwing Hans Fischer pintó en 1885.

Por supuesto, no se ha olvidado de pintores jardineros como Joaquín Sorolla y su Jardín de la Casa Sorolla, pintado entre 1918 y 1919; y Claude Monet y El puente japonés y el estanque de nenúfares, Giverny pintado en 1899 en su jardín de Giverny.

Jardín de Aranjuez. Glorieta II, 1907. Santiago Rusiñol | © Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

También se encuentra en el camino Santiago Rusiñol y su bellísimo Jardín de Aranjuez. Glorieta II, pintado en 1907. Allí descubrimos un sinfín de especies vegetales destinadas al cultivo de flores de temporada distribuidas en dos platabandas a ambos lados de un sendero del jardín. Son plantas originarias de un buen número de países, porque «si no podemos viajar con nuestro cuerpo serán las plantas las que nos lleven hasta allí».

El príncipe Humay se encuentra en un sueño con la princesa Humayun, hacia 1430-1440. Anónimo

No quería pasar por alto uno de mis grandes descubrimientos en este libro. Me refiero a las «Peonías de la China» que crecen junto a caléndulas anaranjadas, violetas y malvas reales en el cuadro El príncipe Humay se encuentra en un sueño con la princesa Humayun, de autor anónimo y pintado hacia 1430-1440, una cita que tiene lugar en idílico jardín florido, como no podía ser de otra manera.

Entre flores y pinceladas


Descubrir obras tan bellas es ya un privilegio, pero Eduardo Barba ofrece mucho más. Es como un director de orquesta. Extrae con suma delicadeza los detalles vegetales de cada composición artística, los impregna de una botánica accesible y curiosa, para ensamblarlos después con un lenguaje jardinero bien afinado.

Él mismo reconoce que cuando estaba escribiendo este libro pensaba tanto en “personas que supieran un poquito de plantas y de arte, como en una experta en jardinería”. Moverse entre esos límites no es tarea fácil, pero el se maneja bien, porque le sobra humildad y no está en absoluto afectado por el esnobismo que en ocasiones contamina el mundo del arte para hacerlo menos accesible.

Aunque afirma que en esta ocasión ha utilizado un tono “jardinero-periodístico”, mi opinión es que logra emocionar al lector, como lo ha hecho en sus anteriores obras, sin renunciar al rigor y conocimiento que tiene de aquello que narra. Habla y escribe sobre arte y jardines desde la pasión, como los buenos poetas y, entre flores y pinceladas, siempre se aprende con él.

El libro El paraíso a pinceladas salió a la venta el 22 de marzo de 2023 y te está esperando en la librería más próxima o en plataformas como Amazon.

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