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Los pequeños naturalistas

Los Pequeños Naturalistas • José Jiménez de Aranda. Museo del Prado
Los Pequeños Naturalistas • José Jiménez de Aranda, 1893 | © Museo Nacional del Prado

En una época en la que se trataba de renovar la educación para cambiar la vida y conseguir también una sociedad más justa y sana en armonía con su entorno natural, José Jiménez Aranda pintó esta obra, Los Pequeños Naturalistas, donde unos niños curiosos, medio jugando y medio aprendiendo, observan las evoluciones de un escarabajo en el huerto de una casa de campo. 

Esta pintura de José Jiménez Aranda (Sevilla, 1837 – Sevilla, 1903) es una obra pionera de temática infantil en huertos o jardines rurales de Alcalá de Guadaira, en Sevilla, en la que el pintor se embarca en el realismo naturalista tras haber abandonado la “pintura de casacón”,  una vertiente de la pintura de género de la segunda mitad del siglo XIX que tiene como inspiración una imagen idealizada del siglo XVIII y que aparece protagonizada por toreros, gitanos, manolas, goyescas, sacerdotes y demás personajes del imaginario dieciochesco.  


La observación directa de la naturaleza

El realismo naturalista en la pintura y las artes surge en paralelo a una corriente que promovía el contacto con la naturaleza en las escuelas infantiles y en las escuelas de arte.

Todo comienza cuando, en 1872, el pedagogo, filósofo y ensayista Francisco Giner de los Ríos (Ronda, Málaga, 1839-Madrid, 1915) lanza una dura crítica a la educación nacional que no permitía proporcionar a los jóvenes la experiencia de la observación directa de la naturaleza. Y todo continua cuando un grupo de profesores universitarios, bajo la dirección de Francisco Giner de los Ríos, crean en Madrid la Institución Libre de Enseñanza (ILE).

La Institución libre de enseñanza, un proyecto pedagógico que se desarrolló en España durante medio siglo (1876-1936), defendía no solo la práctica de expediciones campestres, sino también la necesidad de instalar huertos y jardines próximos a los colegios, donde los niños pudieran realizar prácticas botánicas. Tanto la escuela infantil como la escuela de pintura comenzaba a concebirse al aire libre. Este movimiento trató de renovar la educación para cambiar la vida y conseguir también una sociedad más justa y sana, en armonía con su entorno. La pintura luminosa y vitalista de este tipo de obras casa con la curiosidad constante propia de la infancia, que canalizada a través de la educación permitía a múltiples generaciones disfrutar y vivir del paisaje que les rodeaba.

Tras la Guerra Civil Española, la obra de Giner en general, y la de Institución Libre de Enseñanza en particular, fueron condenadas por el régimen de Franco dentro del proceso de depuración del magisterio español.


Los Pequeños Naturalistas: el deseo de aprender

Efectivamente, esta maravillosa pintura hay que situarla en ese periodo, una época en la que, por ejemplo, en la ciudad de Sevilla el Ayuntamiento habían instalado azulejos en las entradas de las escuelas en los que se instruía a los niños en el respeto a la naturaleza, en el respeto a los animales. 

Esta obra es, en definitiva, un alegato a ese deseo de la observación tan propia de los niños. El cuadro pertenece a la colección permanente del Museo del Prado, donde nos indican que “seguramente sea este uno de los cuadros de argumento infantil donde Jiménez Aranda muestra más claramente su especial sensibilidad en las escenas en las que tiene por protagonistas a niños, casi siempre en entornos de paisajes naturales de campo y arboleda, en las que dejó algunas de las obras más bellas de toda su carrera”.

Los Pequeños Naturalistas (Detalle) • José Jiménez de Aranda, 1893 | © Museo Nacional del Prado

La obra muestra un escenario natural en la que los niños juegan y se concentran, ajenos a ser observados por el artista que los pinta o el espectador que los contempla, y lo hacen como si fueran entomólogos, observando a un escarabajo en el huerto de una casa de campo.

Son pequeños naturalistas, niños curiosos, medio jugando y medio observando, atentos y al margen de su entorno, un entorno, por cierto, bellísimo y tratado con sencillez para crear una armoniosa combinación de colores, donde las macetas, a modo de bodegón, contrasta con las prendas de los niños.

Los Pequeños Naturalistas (Detalle) • José Jiménez de Aranda, 1893 | © Museo Nacional del Prado

Hace especialmente mágico a este cuadro, las posturas naturales de los niños, sin posar, como si se tratara de una instantánea fotográfica realizada en una especie de escuela al aire libre improvisada, donde los niños aprenden acerca de la naturaleza.

Descubrí hace años este cuadro –un óleo sobre lienzo de 48,5 x 62,5 centímetros que se expone en la sala B del Museo del Prado–y me fascinó. Pero he de reconocer que cuando conocí con más detalle lo que la escena representa y el movimiento que la inspiró, mi fascinación fue aún mayor, y hoy en día sigue siendo una pintura que guardo con especial cariño.



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