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Joaquín Sorolla, Jardín de la Casa Sorolla, 1918-19 © Museo Sorolla |
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Joaquín Sorolla, Reflejos de una fuente1908. Museo Sorolla © Fundación Museo Sorolla |
Antes de nada, quería mencionar que en este blog he citado esa faceta de Sorolla en numeras ocasiones y, muy especialmente, he hablado de su jardín en Madrid y su gusto por los patios y jardines árabes de Andalucía (ver Jardín de Sorolla: luz y agua con cerámica trianera). Precisamente, en la presentación de esta muestra, nos dejan claro que la fascinación de Joaquín Sorolla por la naturaleza se manifestó, especialmente, en su gusto por los jardines andaluces, como los jardines del Alcázar de Sevilla o los de la Alhambra de Granada, que pintó en numerosas ocasiones. “Sorolla admiró la combinación de la arquitectura y la vegetación, el colorido de las flores, la sensualidad de sus aromas y la presencia constante del agua, el rumor de las fuentes y los fascinantes efectos de los reflejos en las quietas aguas de las albercas”. Admiró todo eso, sí, y lo pinto magistralmente.
“Sorolla inició su propio jardín en 1910, con la construcción de su nueva casa; un jardín mediterráneo con rasgos de la jardinería del Renacimiento italiano y la hispanoárabe. Distribuyó sus espacios entre la intimidad y la vida social, le dio vida y lo pintó cuando ya era un artista consagrado”.
En 1909, a su regreso de los Estados Unidos, tras el éxito de sus exposiciones en Nueva York, Búfalo y Boston, Sorolla encarga el proyecto de su casa al arquitecto valenciano Enrique María de Repullés y Vargas, y recién obtenida la licencia para construir, en 1911, tuvo la oportunidad de comprar más terreno para ampliar la solar inicial. De este modo, reformado el proyecto, lo que iba a ser un pequeño un jardín cuadrado delante de una casa rectangular, se convirtió en una casa en forma de “L”, abrazada por un jardín con la misma forma, como un yin y un yan. A esta hermosa casa se trasladó la familia a finales de 1911.
El impacto que los jardines del Alcázar de Sevilla hicieron en Sorolla es fácil de percibir por la fuerza con que algunos de los motivos de jardín sevillano se manifestaron luego en el del pintor. Los cuadros que representan el Jardín de Troya – o Rincón del Grutesco-, con su pórtico clásico, la escalera decorada con azulejo que le da acceso y la fuente de mármol se confunden fácilmente con los del propio jardín delantero, o primer Jardín, de la casa de Sorolla.
Fue trazado por el arquitecto a la vez que la casa y el primer jardín, como patio de luces para la zona interior de la casa. La composición del patio es la tradicional en cruz, con cuatro parterres y una fuente en el centro, cuyo diseño parece directamente inspirado en una de las fuentes que Sorolla pintó en el Alcázar. Las especies escogidas son cipreses y adelfas. A juzgar por las numerosas veces que pinta cipreses en los patios de la Alhambra es indudable que la forma de estos árboles, con su fuerte acento vertical, le produjo una poderosa atracción; una elección en principio apropiada para las reducidas dimensiones del patio, aunque nunca llegaron a lograrse bien. La adelfa, tan valenciana, llegó a tener, si hemos de creer los cuadros de Sorolla, un momento de extraordinario esplendor.
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Joaquín Sorolla, Patio de la Justicia, La Alhambra de Granada 1909. Museo Sorolla © Fundación Museo Sorolla |
El segundo jardín, bisagra entre el primero y el tercero y ángulo de la L que forma el conjunto, fue el último en construirse. Seis años pasaron desde la inauguración de la casa hasta 1917, fecha en que al parecer quedó terminado. Las primeras ideas de Sorolla muestran una planta muy cuadrada, con una gran fuente de pie alto en el centro. El deseo del pintor de colocar una pérgola transformará la planta dándole un sentido longitudinal. Finalmente, la pérgola se hará en el tercer jardín y se sustituirá por una columnata, que separa los jardines segundo y tercero en la actualidad.
El tercer jardín se construyó a la vez que el primero (1911): su rasgo principal era un estanque que, con su reflejo, multiplicaría la luz de este espacio, muy encerrado por la tapia de la casa vecina y por la propia casa de Sorolla. Lo preside un grupo escultórico. En este jardín los parterres se dejaron en principio sin rebordes y durante un tiempo creció con aspecto algo salvaje. En 1915 Sorolla acometió la reforma de este espacio para colocar una pérgola y regularizar los parterres con bordes de obra rematados con aliceres alegre de cerámica blanca y azul. Alrededor del estanque se plantaron lirios blancos y morados, rododendros, hortensias y azaleas, y en un parterre lateral alhelíes rosados que Sorolla pintó varias veces. La pérgola se convirtió en un lugar de reunión y así la vemos en sus cuadros, con sus mesas y sillas de mimbre blanco. Sigue siendo hoy el lugar favorito de los visitantes.
El paraíso doméstico diseñado por Sorolla establece, pues, cuatro espacios claramente diferenciados: cuatro jardines, cuatro conceptos, cuatro funciones perfectamente imbricados y encadenados a través de una fuerte estructura axial. Así, los dos ejes articulados en “L” siguen la forma de la parcela y unen los jardines entre ellos mediante circulaciones en codo y visuales oblicuas que permiten un descubrimiento lento y pausado de las relaciones inter-espaciales: los jardines se van desdoblando incesantemente, desvelándose ante el espectador.
Los jardines fluyen uno detrás de otro a través de los ejes y sus elementos focales, de sutiles perspectivas con elementos de transición y puntuación: escalones que salvan los desniveles, columnas que subrayan las conexiones entre cada jardín y su vecino, fuentes, solados, bancos y tiestos de cerámica de vivos colores. Mención especial debe hacerse a las esculturas, actores principales de la vida de jardín que, marcando ejes de perspectiva, aportan sensualidad y movimiento frente a la trama axial del jardín. Cada uno de los detalles que aún hoy podemos ver del jardín que soñó el pintor está meticulosamente pensado por la mirada del artista que tiene ya en su cabeza la idea de los cuadros que en él pintará cuando esté construido, plantado y florecido. Es la recuperación de la esencia de nuestros jardines en el llamado jardín neo-español, del que Sorolla será precursor.
Son numerosas las especies vegetales que pueden identificarse en los cuadros pintados por Sorolla y en las fotografías tomadas en su casa de Madrid. Los jardines que visita y tiene ocasión de pintar en sus numerosos viajes por España, le brindan la oportunidad de descubrir el potencial estético de muchas de las plantas que posteriormente enviará a Clotilde con instrucciones precisas sobre cómo utilizarlas en su propio jardín. Éstas constituyen piezas fundamentales en la composición de perspectivas y transiciones, dotando de fuerza a sus escenografías, y le permiten volver a demostrar su maestría en el tratamiento de la luz ahora tamizada a través de las hojas de los árboles.
De todo ese recorrido vital y artístico que nos facilita esta presentación de la exposición, uno de los aspectos que más me fascina de la obra de Sorolla que se refiere a su jardín de Madrid, es la selección de especies vegetales que, indudablemente, hizo con ojos de pintor y que se ha descrito claramente en la muestra, donde se destaca ese aspecto botánico que tuvo en cuenta Sorolla, para lograr que su jardín le proporcionara los valores que más apreciaba desde el punto de vista artístico: color, variedad, movimiento, vida. Fantástico. En realidad, creo que es lo que han hecho todos los pintores-jardineros que han destacado a lo largo de la historia.
Sevilla • Tel. 955 65 76 11